miércoles, 22 de junio de 2011

A mi abuela, María Piedra Pérez

Como es mi oficio el de escribir, y ante una circunstancia como la muerte de un familiar muy querido, no puedo más que rendirle mi más humilde y sincero homenaje con unas palabras.

El calor arreciaba y la luna se tiñó de rojo para despedir a mi abuela. El pasado 15 de junio hubo eclipse solar y las temperaturas, que hasta entonces se habían comportado bastante bien, comenzaron a subir en Sevilla.
Una Sevilla donde pasó gran parte de su vida, y que le ofrecía su calurosa despedida. Pero el alma de mi abuela estuvo siempre en su pueblo: Níjar, Almería. Su familia, sus allegados y sus recuerdos corretean aún hoy por aquellas callejuelas.
Esto que me dispongo a escribir suena a tópico, y lo es, pero todo el que la conoció la quiso. Tenía una forma de hacer ruda, como la tierra que la vio nacer, pero siempre estuvo atenta a los demás por encima de sí misma. Porque cuando mi padre ya se había ido de mi casa, ella todavía le planchaba las camisas.
Hablando en un tono un poco más personal, os contaré un secreto: yo me crié con mi abuela. Tuve por mis circunstancias el privilegio de conocerla más profundamente que el resto de sus nietos. Me dio tanto y por tan poco que la recordaré siempre, con sus pelados de niño y esas miradas cómplices que compartíamos.
Por supuesto, me gustaría haber pasado más tiempo con ella, haber sido más atenta durante su enfermedad. Pero como cuando yo era pequeña si nos enfadábamos mi abuelita siempre terminaba perdonándome, yo sé que ella ya lo ha hecho. Igual que sé que se ha ido sabiendo que todos la queremos mucho.
Mi abuela me enseñó muchas cosas en la vida. La más importante de ellas, a ser una persona tolerante. Yo la rememoraré cada vez que haga una tortilla de papas, o que compre un palo de nata en una pastelería. Pero en general me gustaría que fuera recordada como una buena madre, una gran abuela, y una excelente persona.