Sacó unos calcetines limpios de entre el caos que gobierna su maleta y me miró para decirme: ¿Sabes qué, MJ? Deberíamos salir ya. Sinceramente, no sé de dónde saca todos esos calcetines, pensaba yo mientras me hacía cosquillas con la barba en el pezón derecho.
¿Por qué tetas?, le pregunté por duodécima vez en la semana de amor romántico más pastelosa que he vivido en este cuarto de siglo. No lo sé, me respondió. "They look good", y eso en inglés vale para muchas cosas. Lo que yo entendí en aquel momento, es que "son bonitas".
Y lo son. Grandes, pequeñas, con forma de pera, redondas, un poco caídas, con pezones como timbres de castillo o solo dos granitos oscuros en el medio de cada una. Muchas chicas no entienden por qué os gustan las tetas. A mí siempre me han parecido bonitas. Qué coño, algunos escotes me emboban como si fuera un macho en época de cría.
A lo largo de la historia han sido incontables los atributos que se han valorado en los pechos de mujer. Grandes, que significaba fertilidad y abundancia de alimento para el neonato en tiempos remotos. También ha sido admirada su redondez y simetría. Su turgencia, por supuesto. O la naturalidad de las mismas, en estos tiempos en que las encontramos acorraladas por la silicona plástica en cualquier busto. La posición y la caída también han sido tomadas en consideración. Al final de todo, la verdad más absoluta y perturbadora de todas, la que se ha mantenido siempre intacta es que dos tetas tiran más que dos carretas.
Porque esa es otra,