Imagen por el señor Jordi Navas, god save CC |
El camaleón vive por y para la cultura del todo-vale, sumido en la aleatoriedad del entorno y el atuendo. No se conoce ni se conocerá existencia más compleja y sencilla al mismo tiempo. Todo es cambio y todo es lo mismo. Los ritmos de vida, incluso los más vertiginosos, terminan alcanzando el punto álgido de la rutina. Ya nada le importa, si negro, si blanco o si gris. Incluso se aclimató al venenoso amarillo, ahuyentador de enemigos en la distancia.
El camaleón avanza lenta y sigilosamente, sin cesar jamás en su maldita itinerancia. Eterna y dichosamente en miovimiento, la cinética más lenta parece estática a los ojos de los demás animales. Sólo entonces, en un alarde de dinamismo despliega el más viril de todos sus miembros y engulle a su presa. Nadie lo ha notado, ni siquiera el fiel amigo colibrí apostado a su derecha.
Todo está igual y todo ha cambiado, pero él ni se inmuta. Da un paso adelante, gira ciento ochenta grados su globo ocular y echa un vistazo a sus entrañas. Nada nuevo, sólo otra mosca deshaciéndose en jugos gástricos. Para lo que hay que ver, piensa, y continúa la lenta agonía de su perpetuo camino, el camaleón.
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