domingo, 3 de julio de 2011

Camaleónicos y otros camuflajes

Cuando todas tus pertenencias caben en una maleta (vale, en mi caso son varias) de pronto la huida se convierte en algo fácil. Cuando la fuerza de la costumbre te transforma en un culo inquieto, el desapego te acompaña allí donde vas. Cuando la mitad de tu vida transcurre en el camino, no te queda otro remedio que hacerte camaleón.

Imagen por el señor Jordi Navas, god save CC
El camaleón vive por y para la cultura del todo-vale, sumido en la aleatoriedad del entorno y el atuendo. No se conoce ni se conocerá existencia más compleja y sencilla al mismo tiempo. Todo es cambio y todo es lo mismo. Los ritmos de vida, incluso los más vertiginosos, terminan alcanzando el punto álgido de la rutina. Ya nada le importa, si negro, si blanco o si gris. Incluso se aclimató al venenoso amarillo, ahuyentador de enemigos en la distancia.

El camaleón avanza lenta y sigilosamente, sin cesar jamás en su maldita itinerancia. Eterna y dichosamente en miovimiento, la cinética más lenta parece estática a los ojos de los demás animales. Sólo entonces, en un alarde de dinamismo despliega el más viril de todos sus miembros y engulle a su presa. Nadie lo ha notado, ni siquiera el fiel amigo colibrí apostado a su derecha.

Todo está igual y todo ha cambiado, pero él ni se inmuta. Da un paso adelante, gira ciento ochenta grados su globo ocular y echa un vistazo a sus entrañas. Nada nuevo, sólo otra mosca deshaciéndose en jugos gástricos. Para lo que hay que ver, piensa, y continúa la lenta agonía de su perpetuo camino, el camaleón.

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