Esta entrada viene de la conversación hallada entre dos periodistas a los que adeudo gran similaridad y con los que a pesar de haber compartido el espacio-tiempo en la prestigiosa Fcom no tengo el gusto de conocer. Son el señor Gabriel Corbacho (http://elgusanillodelperiodismo.blogspot.com/2011/08/quieres-ser-periodista-sin-estudiar.html) y su colega Jesús Rodríguez (http://laluzdelmundo.wordpress.com/2011/08/30/%C2%BFquieres-ser-periodista-sin-estudiar-periodismo-replica-a-gabriel-corbacho/). El primero se quejaba este martes en su blog de los másteres en periodismo que diversas empresas ofrecen a licenciados en materias dispares, con cargos a cuenta millonarios. Prisa, El Mundo, etcétera prometen conseguir para sus alumnos en un año lo que nosotros, pobres licenciados en periodismo, no hemos hecho en cinco (o cuatro, o seis...). En resumen, un sacadineros porque TODO EL MUNDO SABE que nadie entra al grupo Prisa si no es por el máster. Favores sexuales admitidos como cualidad de máster.
El segundo, el señor Rodríguez afirma que el periodismo es más una artesanía, un oficio que una profesión. Algo con lo que estoy plenamente de acuerdo. De esta guisa soslayo muchas otras profesiones con sus colegios y todo que podrían ser consideradas oficio (¿Fisioterapia?). Pero respecto a su modo de aprendizaje, sí, oficio, definitivamente. Y en la carrera de periodismo, al menos esa es la sensación que tenemos todos los que estudiamos en Sevilla, no se nos enseña oficio. Totalmente de acuerdo una vez más, señor Rodríguez. Ergo la carrera no es "imprescindible", añadiría yo.
Para mí lo que sí es imprescindible es realizar estudios superiores. No sólo como periodista, sino como ciudadano. Una sociedad democrática necesita personas que hayan pasado esa prueba, esa experiencia vital que es la Universidad para funcionar, engrasada como el motor de una vieja imprenta. Sin embargo hay ciertas cosas que se aprenden en la Fcom que con el tiempo afloran de la zona más profunda de nuestro córtex cerebral donde un día las abandonamos. Ejemplo: Hoy le contaba a un amigo que he grabado un vídeo de una manifestación para UGT Andalucía:
-¿Lo has grabado tú con la cámara?
-Sí.
-¿Y dónde has aprendido?
-En la facultad - dije, al tiempo que un escalofrío recorría mi espalda.
De ello se deduce que si la carrera no es imprescindible, al menos es útil. O lo será en algún momento. Y que donde mejor se aprende a ser periodista es en la calle. Haciendo y deshaciendo, enfrentándote a la noticia, a la verdad, a la actualidad. En definitiva, ¿qué haré la próxima vez que alguien me pida consejo acerca de si estudiar o no periodismo? No puedo responder "Sí, corre con tus 500 compañeros de promoción a la cola del paro". Pero tampoco diría "estudia derecho y haz el master de Prisa" (al escribir esto la voz de mi padre resuena entre mis cuerdas vocales).
La próxima vez que aconseje a alguien si estudiar o no periodismo le diré: "Yo lo hice. Pasé cinco años quejándome de todo, pero qué maravillosas fueron esas quejas. Tuve tiempo de trabajar (y en el medio, oiga!), hacer prácticas, leer, ver cine, estudiar una semana antes del examen y sobre todo, divertirme. Haga usted lo que le venga en gana, y aprovéchelo lo más que pueda".
martes, 30 de agosto de 2011
De mayor quiero ser periodista
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lunes, 22 de agosto de 2011
Obituarios
Una pequeña esquela en El País levantó esta mañana el muro de mi fingida insensibilidad, arrebatándome dos lagrimones de a kilo. Sí, correcto, leo los obituarios. Siempre que puedo y sin remordimientos. Me gusta aprender cosas de gente muerta desconocida. Creo que lo hago como una especie de homenaje, o así es como creo que le llaman ahora al morbo.
Homenaje o no, para una atea confesa como yo es todo un consuelo. Hay vidas que recuerdo, incluso me acompañan, y que sólo conocí a través de unas líneas en un periódico el día de su muerte. Un ejemplo, las teorías del antiguo líder del Sindicato de Exorcistas del Vaticano, cuyo nombre no recuerdo, me calaron muy hondo por su rabiosa sinceridad: Satán existe, hay que eliminarlo. Amén.
Hoy El País nos cuenta la historia de un senador republicano, pacifista y natural de Oregón. No me he enterado bien del por qué de su muerte, pero su patente oposición a la guerra de Vietnam ha hecho que me identifique plenamente con él, como si mi propio John Lennon se apareciera ante mis ojos. De tradición republicana, imagino que la familia del finado haya el consuelo en la resurrección de cristo y demás parafernalia. Para mí, una nota en un periódico cuyo destino es el reciclaje se acerca bastante al ideal de la vida eterna y la reencarnación.
Pero lo que arrebata mi sentimiento es un módulo al final del todo, en una página par de un lunes cualquiera. Pequeño, sencillo, alejado de la opulencia del ricachón o el vanidoso. "Le doy gracias a la vida por haberte tenido. Vuela libre mi amor! Yo te encontraré." Es la declaración de amor más bonita que he leído nunca. Si a usted eso no le remueve por dentro, hágaselo mirar.
Por todo ello, declaro aquí que el día que en que llegue mi hora quiero mi esquela en El País, como todo hijo de vecino. Con mi poema de Gloria Fuertes, o una sevillana escrita por mi padre, lo mismo me da. ¿Qué somos, sino una cadena de reacciones químicas basadas en el carbono? ¿Qué sentido tiene todo esto, oiga? Heme yo aquí, existencialista perdida cual Schopenhauer con su café y su tostada, desarrollando mentalmente los planes del negocio que nos sacará de pobres: una revista de mortuorias por internet. Mientras, el paisaje Sevilla-Málaga se esfuma a través de la ventanilla del tren, y mi improvisado compañero de viaje se hurga, distraído, las narices. Hay que joderse.
Homenaje o no, para una atea confesa como yo es todo un consuelo. Hay vidas que recuerdo, incluso me acompañan, y que sólo conocí a través de unas líneas en un periódico el día de su muerte. Un ejemplo, las teorías del antiguo líder del Sindicato de Exorcistas del Vaticano, cuyo nombre no recuerdo, me calaron muy hondo por su rabiosa sinceridad: Satán existe, hay que eliminarlo. Amén.
Hoy El País nos cuenta la historia de un senador republicano, pacifista y natural de Oregón. No me he enterado bien del por qué de su muerte, pero su patente oposición a la guerra de Vietnam ha hecho que me identifique plenamente con él, como si mi propio John Lennon se apareciera ante mis ojos. De tradición republicana, imagino que la familia del finado haya el consuelo en la resurrección de cristo y demás parafernalia. Para mí, una nota en un periódico cuyo destino es el reciclaje se acerca bastante al ideal de la vida eterna y la reencarnación.
Pero lo que arrebata mi sentimiento es un módulo al final del todo, en una página par de un lunes cualquiera. Pequeño, sencillo, alejado de la opulencia del ricachón o el vanidoso. "Le doy gracias a la vida por haberte tenido. Vuela libre mi amor! Yo te encontraré." Es la declaración de amor más bonita que he leído nunca. Si a usted eso no le remueve por dentro, hágaselo mirar.
Por todo ello, declaro aquí que el día que en que llegue mi hora quiero mi esquela en El País, como todo hijo de vecino. Con mi poema de Gloria Fuertes, o una sevillana escrita por mi padre, lo mismo me da. ¿Qué somos, sino una cadena de reacciones químicas basadas en el carbono? ¿Qué sentido tiene todo esto, oiga? Heme yo aquí, existencialista perdida cual Schopenhauer con su café y su tostada, desarrollando mentalmente los planes del negocio que nos sacará de pobres: una revista de mortuorias por internet. Mientras, el paisaje Sevilla-Málaga se esfuma a través de la ventanilla del tren, y mi improvisado compañero de viaje se hurga, distraído, las narices. Hay que joderse.
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