lunes, 22 de agosto de 2011

Obituarios

Una pequeña esquela en El País levantó esta mañana el muro de mi fingida insensibilidad, arrebatándome dos lagrimones de a kilo. Sí, correcto, leo los obituarios. Siempre que puedo y sin remordimientos. Me gusta aprender cosas de gente muerta desconocida. Creo que lo hago como una especie de homenaje, o así es como creo que le llaman ahora al morbo.

Homenaje o no, para una atea confesa como yo es todo un consuelo. Hay vidas que recuerdo, incluso me acompañan, y que sólo conocí a través de unas líneas en un periódico el día de su muerte. Un ejemplo, las teorías del antiguo líder del Sindicato de Exorcistas del Vaticano, cuyo nombre no recuerdo, me calaron muy hondo por su rabiosa sinceridad: Satán existe, hay que eliminarlo. Amén.

Hoy El País nos cuenta la historia de un senador republicano, pacifista y natural de Oregón. No me he enterado bien del por qué de su muerte, pero su patente oposición a la guerra de Vietnam ha hecho que me identifique plenamente con él, como si mi propio John Lennon se apareciera ante mis ojos. De tradición republicana, imagino que la familia del finado haya el consuelo en la resurrección de cristo y demás parafernalia. Para mí, una nota en un periódico cuyo destino es el reciclaje se acerca bastante al ideal de la vida eterna y la reencarnación.

Pero lo que arrebata mi sentimiento es un módulo al final del todo, en una página par de un lunes cualquiera. Pequeño, sencillo, alejado de la opulencia del ricachón o el vanidoso. "Le doy gracias a la vida por haberte tenido. Vuela libre mi amor! Yo te encontraré." Es la declaración de amor más bonita que he leído nunca. Si a usted eso no le remueve por dentro, hágaselo mirar.

Por todo ello, declaro aquí que el día que en que llegue mi hora quiero mi esquela en El País, como todo hijo de vecino. Con mi poema de Gloria Fuertes, o una sevillana escrita por mi padre, lo mismo me da. ¿Qué somos, sino una cadena de reacciones químicas basadas en el carbono? ¿Qué sentido tiene todo esto, oiga? Heme yo aquí, existencialista perdida cual Schopenhauer con su café y su tostada, desarrollando mentalmente los planes del negocio que nos sacará de pobres: una revista de mortuorias por internet. Mientras, el paisaje Sevilla-Málaga se esfuma a través de la ventanilla del tren, y mi improvisado compañero de viaje se hurga, distraído, las narices. Hay que joderse.

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