jueves, 8 de septiembre de 2011

'Alla palermitana'

Siete gatos, todos locos, dando vueltas por Sicilia en una furgoneta de cinco plazas. Dos sillas de plástico amarillo, que pasarían a mejor vida antes del fin del viaje, hacían de asiento improvisado para aquel que le tocara viajar en el maletero. Cuatro mujeres y tres hombres, de distintas edades y condiciones. La esperada pregunta no se hizo esperar. Llegó la segunda noche, de la mano de un italiano borracho. "Aquí, quién se acuesta con quién?". Deprisa, como de segunda mano, las parejas quedaron resueltas y la curiosidad del capitán también.

La primera sevillana que se bailó en la historia de Trappeto, provincia de Palermo, animada por los toques de un timbal, transcurrió entre los gritos desgañitados de una panda de salchichoni. "Dadme otro cubata, o ya no canto más". Los empresarios hosteleros locales, aka Pino, estaban pletóricos con la visita, y sus cajas de caudales también. No sólo por los mojitos que más de uno apuraba, sino por la congregación de público que poco a poco se reunía cada noche para ver a aquellos andaluces que cantaban y bailaban en busca del aplauso fácil, unas veces con un típico 'Volare', otras con tonadas más sofisticadas. Alegría y jolgorio para todos. Y gratis, oiga, por amor al arte.

De vez en cuando nos veíamos inmersos en ese universo turístico donde las comparaciones se centran en la óptica de la cámara reflex, como si de su forma fálica se extrapolara la típica lucha masculina. La mujer, condescendiente, se inclina sobre la compacta de su marido. "Cariño, el tamaño no importa". Un grito de mi padre es suficiente para sacarme de mis cavilaciones y continuar descubriendo el hermoso patrimonio siciliano. Unas ruinas aquí, un teatro allá, la majestuosidad pasada y el sentimiento de omnipotencia que provoca pensar el chorro de años que aquella piedra ha estado allí. Todo ello sazonado con bromas, risas y alguna que otra sesión fotográfica en la que lo imprescindible era: tirarse al suelo.




De buena mañana, mortadela siciliana con piztachos, parloteo en italiano que a horas tempranas se confunde con los bostezos de un hombre que es casi un niño embutido en una camisa azul llena de manchas. El típico desayuno andaluz, con su aceite, su tomate y todos sus habíos, pero extrapolado en su versión más italiana: el pan  que se mojaba era siciliano. Muy rico, con semillitas por encima. La comida en general copiosa y deliciosa al tiempo, tanto que hasta el más pintado temía que Ryanair lo pesase a él también antes de tomar el avión de vuelta. "¿Da mangare? ¡Un lebrillo de espaguetis!"

En aquellos días, el rugido del león advertía al resto de la manada de la cercanía de un "tío bueno", o al menos un chico musculoso. El silbido de la serpiente cascabel, reinterpretado en un magestuoso "aisshhh", acompañaba repetido hasta la saciedad, los momentos en los que a alguno de los congregados se le retorcía el colmillo. "Hijaaaa..." era entonces tomado como el himno de la paz, un grito de guerra vuelto de revés y puesto bocabajo que terminaba por zanjar las cuestiones más espinosas. Léase: ¿te vas a tomar otro cubata? ¿A qué hora te acostaste anoche? ¿Otra vez vais a comer? Por nombrar algunos ejemplos.

La cosa náutica merece al menos una mención en esta sopesada entrada. Partimos temprano, algunos envalentonados, otros acongojados o escondidos tras la protección de un capitano al que no otorgábamos mucha confianza. De buena mañana, y mientras se fumaba un porro el tío (el más bueno de Trappeto, digan lo que digan), nos pidió cerveza. ¡Antes que nosotros quería beber cerveza, el tío! En fin, tras los obligados "paninos", la cerveza y una buena sesión de gramola al contramaestre le dio por marearse y hubo que volver a tierra.


Pasaron los días observando los quicios de una sociedad vieja y nueva, donde las tradiciones no han apartado a los ordenadores minúsculos.Los rezos en andaluz al padre pío (imposible obviar esos cánticos rocieros ante un altar plantado en medio de la calle, ¿qué pensarían de nosotros aquellos italianos?) se mezclaron con los i-Pod, los i-Pad, los i-Phone i demás tecnología punta. Al final, todo fue un lío. Una torre de babel improvisada, repleta de incongruencias, malos entendidos y cocnados. El culmen de la verborrea políglota la trajo el letrado del sombrero, enfurecedor de masas por afición. "Reclamacione officiale. I have my right, a ver si te enteras, gilipollini", resonaba por todo el aeropuerto de Palermo.

Tramonto tras tramonto, la semana más perenne sucumbió a la cercanía de la siguiente estación, o el siguiente aeropuerto. Llegaron las despedidas y cada cual partió a su destino.

Alhora "la cosa" es "absolutamente nostra"

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