jueves, 28 de junio de 2012

Carolina y el teléfono

Carolina estaba sentada justo al lado del teléfono. Las manos sobre las rodillas, las piernas bien apretadas y la mirada fija en el dibujo del papel pintado que adornaba la pared de enfrente. Apenas movía un músculo. A cada rato, su madre pasaba junto a ella cargada con ropa para planchar, el trapo del polvo o la escoba y el recogedor. "Carolina, te va a dar algo ahí tan quieta", le decía.

"Si me ha dicho que me va a llamar, es que me va a llamar", resonaba dentro de la cabeza de Carolina. Apretaba los dientes y echaba el culo para atrás de la silla de enea sobre la que descansaban sus turgentes posaderas. Casi rozaba el suelo con los pies moviendo, alternativamente, una pierna hacia delante y otra hacia detrás.

Los nervios del estómago no la dejaban parar quieta. Suspiraba, se inclinaba, se revolvía y secaba con sus manos el sudor que acumulaba entre los muslos, tanteando disimuladamente las braguitas blancas de tela perforada que llevaba aquel día.

Al primer rugido del aparato la pequeña montaba en cólera. Descolgaba frenética mientras su interior rezumaba. "¿Se encuentra la señora de la casa?", sonaba al otro lado. Carolina respondía desganada, colgaba el teléfono lo más pronto posible para dejar libre la línea y volvía a derretirse sobre la silla de enea.

Carolina apretaba, cada vez más, un muslo con otro. Rozaba su trasero contra el asiento. No quería levantarse, por si llamaba, pero tenía que ir a hacer pipí. Cuando tiraba de la cadena oyó a lo lejos el desagradable pitido. Lo había descolgado su madre. "¡Carolina, es Victoria... otra vez!"

Una sonrisa de oreja a oreja y un suspiro se le escaparon con dos lágrimas en los ojos. En un arrebato de excitación corrió de vuelta al pasillo. Ansiosa, se acercó el micrófono a la boca y, enredando el cable del teléfono con su dedo índice, se sentó en la silla de enea a hablar mientras se tanteaba las braguitas blancas de tela perforada.



Y yo rezumo junto al teléfono esperando tu llamada. Aunque mis bragas no sean blancas, ni mi silla de enea, y los pies ya me lleguen al suelo...

domingo, 3 de junio de 2012

Dormir follando o follar durmiendo

¿Alguna vez os habéis quedado dormidos haciendo el amor? Sed sinceros, eso nos ha pasado alguna vez a todos. O, mejor dicho, a todas. Imaginad cómo sería vuestra vida sexual si padecierais narcolepsia.

Cuando una se queda dormida por las esquinas, mantener relaciones sexuales no es nada fácil. Para nuestra protagonista de hoy no lo era. De pronto se despertaba con la boca de llena de semen, sola en cama ajena o rodeada de personas que no conocía. Su mejor experiencia, sin duda alguna, fue salir de un sueño erótico en medio de su propio orgasmo. Pero eso sucedió después de conocer a su actual pareja.

El chico, o más bien señor, me contaba que congeniaron desde el primer momento. No parecía tener ningún tipo de problema con que ella de vez en cuando se echara una siestecita. Un toque de necrofilia y un extraño gusto por las mujeres pálidas hacían de su atracción un magnetismo irresistible. "Un día le metí la polla en la boca mientras dormía, y estuve minutos en esa posición hasta que ella se despertó y sin esperar un segundo comenzó a felarme", asegura el chico, o más bien señor, con los ojos casi salidos de sus órbitas.

Ella, encantadora durante toda la entrevista, aprovechó un momento en que él se ausentaba para acercarse a mí y decirme, en voz callada: "qué quieres que te diga, después de cinco años juntos todavía no me lo creo. La gente tiene cada gusto más raro..."

Un poco turbada después de mi encuentro con la extraña pareja, volvía a casa cuando me asaltó un pensamiento, una de esas verdades aplastantes que tanto busco. Hubiera sido mucho peor si ella fuese un hombre. 



Y en el pensamiento siempre, aunque tú no gustes cadáveres ni yo duerma a destiempos, nuestra extraña pareja. Todos tenemos una media naranja.