Sé que estás ahí, en algún lugar de la distancia. Sé que piensas en mí, lo presiento. Sé que mi recuerdo te tortura donde quiera que estés. Entiendo que me vigilas desde las sombras, oculto en la oscuridad de la noche. Cuidas de mí y a la vez te escondes. No dejas que te vea, ni que te huela, ni que sienta tu calor. Me buscas y te alejas. No permites que decida sino que tomas las riendas y no hay nada que yo pueda hacer.
Pero sé que estás ahí. No me preguntes cómo lo sé. Lo siento, o lo presiento. Lo sé porque lo sé, porque esas cosas se saben, y punto. Porque de otra manera todas las palabras, promesas, abrazos y momentos carecerían de significado y eso haría el mundo un lugar mucho peor, en este lado o en el otro. Y eso no me permito siquiera pensarlo.
Por eso no estoy enfadada, tampoco molesta o dolida. Las decisiones que tomamos están motivadas por muchos factores más allá de nuestros simples deseos y, cómo tu me dijiste un día, tenemos que ser consecuentes con ellas. Pero esas elecciones no sólo condicionan nuestra vida sino también la de los demás. Modifican nuestro entorno y a nosotros mismos, y a veces esos cambios son irreversibles. O no, quién sabe...
No me escuchaste. No quisiste escucharme, te dejaste arrastrar por el torbellino de sensaciones, y me arrastraste contigo. Maldito seas.
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