Cuando, arrebatado de las gafas que le permiten discernir lo que es el mundo a su alrededor el miope se mete en la cama, se convierte en un animal nocturno.
Estamos hablando de un miope, miope de verdad. De los que tienen una docena de dioptrías en cada ojo. De los que a oscuras no diferenciarían una polla de un coño si la vieran. Pero para el gafotas eso nunca fue un problema. En sus años mozos, como él los llama, se ponía los calzoncillos limpios, los cristales de culo de botella y ¡a ligar! "Con los esfuerzos que tiene a veces que hacer uno, me facilitaba mucho la tarea. Gafas fuera, y ya podía pensar en quien me diese la gana", nos cuenta el lentes.
Hubo una noche, una en particular, en que el querido tortuga casi lamenta ser un topo de jardín. Pero al final, no lo lamentó, no. La chica era preciosa: alta, esbelta, blanquita con culito de negro. Cuando sus ropas volaron el murciélago afinó su olfato "aquí huele como siempre. Encima, limpia", pensó nuestro protagonista. "Cuando fui a echar mano al negocio, tenía un manubrio más grande que el mío. Pero ya que estaba, no podía hacer el feo. Tenía que dejar el listón alto".
Al calor de las sábanas de una pensión cualquiera la celulitis, un labio leporino, una pierna ortopédica o un miembro descomunal se padecen mejores. Los límites del placer se propagan cuando caes en ese mundo de sombras y se reavivan los sentidos que tenías olvidados debajo de tu ombligo. La mujer del capitán de los piojos así lo afirma: "yo estoy contenta. Cuando lo hacemos no me ve los michelines".
Apagar la luz y mirar tu ojo, y dentro de tu ojo, cuando no veo ni siquiera tu cara, y hacerte el amor porque solo te siento a ti. Y todo lo que no siento no existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario