El 19 de noviembre se estrena la primera parte del esperadísimo final de Harry Potter: Las Reliquias de la Muerte. La segunda parte está anunciada para algún momento en el verano del próximo año. Los fans del mito (entre los que me encuentro) han aplaudido la decisión de la Warner Bros de dividir en dos el último libro de la saga, a fin de satisfacer las espectativas de los harrypotterianos y de paso doblar ingresos en caja.
Tras la muerte de Dumbledore La Orden del Fénix decide seguir en la lucha contra Voldemort. Ya nadie sabe en quién confiar, pero se presiente que el final está cerca. Con el Ministerio de Magia controlado por su antagonista, Harry se refugia en sus dos mejores amigos Ron y Hermione para destrur los horrocruxes, valiosos objetos en los que el mago oscuro ha dividido su alma en su camino hacia la inmortalidad. Y para los que no hayan leído los libros, no desvelo más. Sólo que si (como dicen aquellos que ya la han disfrutado) es equiparable a la calidad su literatura, va a ser espectacular.
Gran parte de la película ha sido rodada en las calles de Londres, que en el tráiler podemos reconocer, incluso algunos de sus autobuses y las características paradas de autobús. También la premiere mundial del filme tuvo lugar en esta ciudad y yo, como no podía ser menos, no pude resistirme a asomar la cabeza por allí. Como todos los estrenos importantes la cita fue en Leicester Square. Una tarde de otoño, la plaza normalmente presidida por Shakespeare se transformó en un fantasmagórico lugar donde las teatrales luces blancas, las banderolas y dos pantallas súper gigantes que reproducían el tráiler de la película lo hacían a uno (al menos a mí) sentirse un poco excitado. Cada dos o tres minutos un grupo de adolescentes ( no sé si el mismo o se irían turnando) comenzaban a gritar hitéricas, y todo el mundo estiraba el cuello al máximo para ver quién venía. Finalmente, nadie. Desgraciadamente tuve que abandonar el lugar antes de que nada realmente excitante sucediese, pero aun así la experiencia fue bastante acogedora. ¿Cuál es el sentido de vivir en Londres si uno no se acerca a este tipo de cosas?
Al parecer, 36 minutos de la película fueron filtrados en Internet el pasado martes. La Warner decidió ponerse manos a la obra y denunciar la situación, mientras otros acusan a la multimillonaria productora de usar el "supuesto plagio" como llamada de atención o parte de la promoción del filme. Algo parecido a lo que sucedió el pasado año con X Men Origins: Wolverine, cuya recaudación (que sobrepasó los 90 millones de libras) no se vio afectada por la barata copia distribuída online.
Sea como sea, una de las sagas más importantes de las últimas décadas está llegando a su fin. Para aquellos de mi generación (y de tantas otras porque Harry Potter no conoce edad) que crecimos junto a un muchacho con una cicatriz en la frente, supone algo mágico, casi trágico diría yo. Porque para los que pasados los veinte seguimos creyendo en la magia y en los vampiros, aunque la vida nos haya ya enseñado los dientes más de una vez Harry es un símbolo de todo lo bueno que hay en el mundo. Para mí, que sigo esperando a que la carta de Hogwarts llegue a mi domicilio en el pico de una lechuza, es todo un mito. Es el Señor de los Anillos de mi generación, Harry nuestro Frodo y Dumbledore el Gandalf que cayó por el abismo de Helm.
Sí, llámame freak, pero no puedo evitar sentirme triste por ver acabar algo que me ha acompañado la mayor parte de mi vida. Y al mismo tiempo, alegre al comprender que los libros, las películas, y las historias que hay tras ellos, permanecerán. Siempre quedará en ellos un rincón para la magia, y para la esperanza.
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